Todos alguna vez, tuvimos que sufrir. Pero el hecho no es EL dolor, sino QUE hicimos para aliviarlo.
Para salir adelante hay que dejar que el dolor nos traspase. Nos perfore. Al dolor hay que asumirlo, hay que aceptarlo.
En líneas generales, cuando una persona esta dolida, primero siente ese vacío indefinido, en donde la multitud es soledad, y de la única forma que uno se siente acompañado es fingiendo que se está bien, fingiendo que no hay ningún abismo delante de nuestros ojos, fingiendo que no se está derrumbado ni debilitado, en fin, fingiendo.
Luego, todo se vuelve negativo y pesimista, donde nadie puede entender esa pequeña molestia en nuestra mente, que impide seguir adelante. Esa sensación de hundirse más y más en un pozo del cual no encontramos la luz para salir.
Y por último, tarde o temprano el ser humano, comienza a sentir que su dolor es una carga, simplemente algo que se lleva todos los días porque uno ya se habituó a convivir con la tristeza, entonces, se da cuenta de que el sufrimiento ya no es para él, y decide reinventarse, renacer, dejando que su vida de un giro rotundo generando una armonía entre el individuo y el dolor. La famosa "tregua". Donde todo lo vivido pasa a formar parte de una eterna cicatriz del alma.

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